miércoles, 13 de agosto de 2008

Episodio 4. La primera caza.

¡Por fin un enfrentamiento de verdad! Hoy ha sido un día duro. Empezare por el principio:
Esta mañana he ido a la casa de la vieja. Ya hacía un par de días, desde mi enfrentamiento con el extraño monstruo, que no me mandaba ninguna misión. Pero hoy parecía alegre y me ha recibido con una gran sonrisa. - Creo que estás listo- me ha dicho. Yo estaba muy contento. Ha desenrollado un mapa de las montañas y me ha marcado una zona con el dedo: - Hace unos días que los Giapreys están muy alterados y atacan a todo el mundo. Yo diría que hay algún Giadrome que les dirige. No te confíes. Es una criatura fuerte y muy veloz. Además su aliento puede congelar.
Después de decirme esto, me dio algunas pociones curativas y descongelaste por si acaso. Esperaba no tener que usarlo.
Luego de hablar con ella me dirigí a casa. Tenía que ponerme el equipo y elegir un arma. Puesto que se trataba de un animal ágil, opte por las espadas dobles, muy ligeras, perfectas para la ocasión. Me puse la armadura y salí hacía la montaña. Como ya hacía días que la recorría, conocía los caminos y senderos más cortos y accesibles. Hasta la cumbre no descubrí nada. Una vez allí, fui sorprendido por algunos giapreys, pero eran jóvenes y no encontré muchos problemas en vencerles. De algunos cortes rápidos les seccioné el cuello y cayeron muertos. Estas muertes me aumentaron mis fuerzas y me vi henchido de valor. Recogí de sus cuerpos algunas pieles y escamas, y continué subiendo. Ya cerca del pico más algo, hay una cueva que se adentra hacía el corazón de la montaña. Entré corriendo hacia el interior, pero una vez dentro, me vi rodeado por un buen grupo de giapreys que saltaban desde las cornisas superiores. No esperaba enfrentarme a una manada tan grande, y la verdad es que tampoco estaba preparado. El ansia con la que me había lanzado hacia mi primera misión importante me había hecho olvidar que un buen cazador debe reconocer bien el terreno antes de actuar.

Cuando parecía que iban a saltar sobre mí, un fuerte y agudo rugido les hizo detenerse y retroceder. De pronto, arriba de la cueva, un enorme giadrome, tres veces más grande que los que estaban abajo, apareció con paso imponente y descendió hasta nuestro nivel. Con otro rugido, el resto de la manada se alejó más de nosotros. Parecía que el giadrome me quería para el solo.

Puesto que, por suerte para mí, se habían igualado las fuerzas (bueno, es un decir, ya que el giadrome era más alto que un caballo y mucho más fuerte que yo, pero al menos éramos uno contra uno…), desenfunde mis armas y me preparé para la lucha.

Un enfrentamiento directo con un monstruo es un suicidio. Cualquier monstruo podría acabar con un humano en un momento. Hay que utilizar la cabeza y reservar los músculos para el momento adecuado. De modo que lo único que podía hacer era esquivar sus ataques ayudándome de las estalagmitas del suelo, y le hacia algunos cortes cuando estaba desprevenido. La verdad es que no parecía que le doliesen demasiado, ya que sus escamas eran bastante rígidas. En uno de las fintas, el giadrome se golpeó con una de las paredes de la cueva y se quedo aturdido unos segundos. Aprovechando la ocasión, me lancé sobre el para asestarle un buen golpe en el estomago, pero entonces, ante mi sorpresa, mis armas rebotaron contra su dura piel y caí al suelo por el impacto. Al fijarme en mis espadas, me di cuenta de que todos los golpes que le había dado hasta ese momento, habían desgastado el filo, de ahí que saliera despedido en el último ataque. ¡Maldita sea! Otro fallo de novato: ¡había olvidado afilar mis espadas antes de salir de casa!

Entonces, el Giadrome se giró hacia mí con gran agilidad y me lanzó su aliento congelante. Yo desde el suelo intente esquivarlo, pero no fui lo suficiente rápido y una de mis piernas quedo convertida en un cubito de hielo y pegada al suelo. Viendo que ya me tenía preso, se acerco lentamente hacia mí. Estaba completamente atrapado y a su merced. Cuando estaba ya a un palmo de mi, abrió la boca de tal manera que puede contemplar sus dientes afilados. Parecía que este iba a ser el fin…

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